Moldeada en oro de 18 quilates y montada sobre piedras semipreciosas, Niké, la diosa griega de la victoria, no podía imaginar la existencia que le esperaba como el máximo premio del fútbol mundial.
En 1930, la imagen mitológica sirvió de inspiración para que el escultor francés Abel Lafleur diera forma a la copa que años más tarde se llamaría Jules Rimet –en honor al entonces presidente de FIFA-, el trofeo que todos codiciaron durante nueve ediciones de la Copa del Mundo.
La estatuilla de la diosa alada sostenía sobre su cabeza un envase hexagonal, medía 30 centímetros de alto y pesaba unos cuatro kilos. Sin embargo, tanta perfección y deseo no la mantuvo alejada de los problemas.
En 1938, luego de que Italia ganara el trofeo por segunda ocasión, la Copa fue guardada en la bóveda de seguridad de un banco romano, pero al estallar la Segunda Guerra Mundial el médico Ottorino Barassi, vicepresidente de la federación italiana, la sacó de la entidad y se la llevó a su casa.
Durante años la tuvo escondida debajo de su cama, en una sencilla caja de zapatos, para evitar que cayera en manos de las tropas de ocupación. Acabada la guerra, Barassi devolvió la personalmente a la FIFA, para que pudiera entregarla al ganador del próximo Mundial, Brasil 50.
Mas las tragedias no acabarían ahí. El 20 de marzo de 1966, la Copa fue robada mientras era exhibida en el Methodist Central Hall de Westminster. A pocas semanas para que arrancara el Mundial Inglaterra 66, el robo puso a correr a los mejores hombres de Scotland Yard, que tardaron días sin obtener una sola pista.
Fue un perro llamado Pickles el que, siete días después, halló el preciado trofeo en un jardín de Beulah Hill, envuelto en hojas de periódico. Hace unas semanas, una investigación del diario británico Daily Mirror, reveló que autor del robo fue Sidney Cugullere, un delincuente común, mujeriego y aficionado del Arsenal, que sustrajo la copa por puro placer, aprovechando un descuido de los guardias, que habían salido por café.
Cuatro años después, Brasil se coronaría tricampeón del mundo y se adjudicaría el derecho de dejarse la Jules Rimet para siempre. Sin embargo, lo que parecía un final feliz para la diosa Niké acabó en su peor tragedia.
El 19 de diciembre de 1983, la Copa fue robada de la Federación Brasileña en Río de Janeiro, fundida y vendida en lingotes en el «mercado negro» carioca. El hurto fue planeado por un grupo de ladrones en el Bar Santo Cristo y orquestado por el argentino Juan Carlos Hernández, traficante de oro, joyas, drogas… lo que fuera.
La banda fue detenida tiempo después y todos pagaron por su delito en la cárcel, aunque quizá el delito más grande fue el golpe al orgullo de los brasileños: que argentino les haya quitado su copa para siempre.