Cada cuatro años, el ambiente mundialista hace vibrar al planeta entero, pero especialmente al país anfitrión. La llegada de las selecciones participantes en la fase final vuelve tangible la ilusión de esos millones que soñaban con tener en casa la fiesta del fútbol.
Tanta algarabía hace imposible creer que hubiera selecciones empeñadas en no participar en el certamen, ya sea por desacuerdos, disgustos, penurias económicas o, simplemente, por ahorrarse la fatiga de viajar hasta el país organizador.
Las primeras ediciones de la Copa del Mundo son prueba de ello. En 1930, aunque Uruguay se había comprometido a pagar el viaje y la estadía de los participantes, semanas antes del puntapié inicial los equipos europeos empezaron a borrar sus nombres de la lista de invitados.
Algunos dijeron que, tras haber sufrido la Primera Guerra Mundial, tenían serios problemas económicos, pero cuando los anfitriones retomaron su compromiso de correr con los gastos, cambiaron la razón a que los clubes del Viejo Continente no querían quedarse sin sus figuras por casi tres meses.
España, por ejemplo, se negó a participar aduciendo que las distancias a recorrer eran enormes y que el viaje era “impracticable”. Inglaterra, por su parte, tuvo una razón más de orgullo: rehusó a viajar en protesta de la elección de Uruguay como sede, siendo ellos “los inventores del fútbol”.
Ironías de la vida, a Egipto que aceptó gustoso la invitación, pero dada su lejanía geográfica pidió que se postergara unos días el arranque de la justa, la FIFA decidió no esperarle y dejarle fuera del Mundial.
Al final, Francia, Rumanía, Yugoslavia y Bélgica accedieron a realizar el periplo de más de dos semanas en barco y evitar que aquella primera Copa del Mundo, fuera más bien la Copa América.
La historia se repitió cuatro años más tarde, pero en dirección inversa. Entre quienes se negaron estaba Uruguay, el único campeón del mundo que no defendió su título, como reclamo por la poca participación europea en el certamen que ellos habían organizado.
Solo tres selecciones americanas decidieron emprender el viaje hacia Italia para disputar el segundo torneo planetario y todas estuvieron más estuvieron más tiempo abordo de un barco que en plena competencia.
Brasil y Argentina, por ejemplo, realizaron un periplo de casi dos semanas hasta suelo italiano, y fueron eliminadas en la primera instancia (hasta Egipto, que ahora sí le dieron chance de llegar, se tuvo que regresar tras jugar un solo partido).
La de México y Estados Unidos fue una experiencia todavía más ingrata. Después de pasar dos largas semanas en altamar, llegaron a Italia para jugar el 24 de mayo de 1934 un partido eliminatorio… ¡entre ellos!
Ante la inscripción tardía de los estadounidense, la FIFA mandó que se jugara el último boleto al mundial en una cancha neutral: El Estadio Nacional Fascista ¡en Roma! Estados Unidos ganó 4-2 aquel encuentro (el inicio de la rivalidad entre ambas selecciones) y envió a casa a los mexicanos, aunque no tardaron en seguirles, pues tres días después los anfitriones los golearon 7-1.