El delantaro francés Just Fontaine tiene un lugar asegurado en la historia de la Copa del Mundo. En Suecia 58, anotó 13 goles en solo seis partidos, un récord impresionante que no ha sido igualado en las siguientes seis décadas y difícilmente podrá serlo en un futuro cercano.
Sin embargo, no todo fue sonrisas para Fontaine en ese torneo –el primer y único Mundial que disputó-, hasta se puede decir que una parte del mérito por el lugar que hoy ocupa en la historia del fútbol se lo debe a su compañero Stéphane Bruey.
Antes de la Copa del Mundo, Fontaine era casi un desconocido en su país. Nacido en 1933 en Marruecos,
colonia francesa por esa época, sólo había disputado cinco partidos con su selección. En febrero de 1958 había regresado a las canchas tras una cirugía en su rodilla derecha y el seleccionador Albert Batteux lo tenía relegado a la suplencia en el equipo nacional, pero la lesión del delantero René Bliard le abrió las puertas mundialistas a última hora.
Just no era un jugador fuera de serie ni dueño de una técnica refinada, pero tenía fuerza y velocidad para desmarcarse y rematar, lo que hacía de él toda una incógnita para propios y extraños de cara al Mundial. Para colmo de males, unos días antes del debut francés ante Paraguay, el 8 de junio, uno de los tacos de Fontaine se rompió durante un entrenamiento.
“En aquella época solo teníamos dos pares de botas y no había patrocinador. Me encontré sin nada. Por fortuna, Stéphane Bruey, uno de mis compañeros suplentes, calzaba el mismo número que yo, y me prestó las suyas”, contó el delantero.
Con los zapatos prestados, Fontaine les anotó tres goles a los paraguayos, dos a Yugoslavia y uno a Escocia, en la fase de grupos. Después le anotó dos a Irlanda del Norte (uno de cabeza) en Cuartos de Final, uno a Brasil en Semifinales y cuatro a Alemania en la victoria francesa 6-3 por el tercer lugar del torneo.
Ese 28 de junio, después del último juego mundialista de Fontaine, Bruey tuvo de vuelta sus zapatos… ahora mucho más famosos que antes.
“Me gusta decir que algunos de mis goles surgieron de la magia conjunta de los dos espíritus que cohabitaban en mi calzado”, bromeó el histórico artillero.